Button

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Button

Who are you Button for? Button wondered

 

nail is a finger
nail is a finger
nail is a finger
nail is a wolf

 

a
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Imagine, close your eyes, imagine a noise.
(imagine)
Imagine a room and a door.
(imagine)
Imagine a huge noise knocking on the door.
(imagine)
Imagine that no one is there to help you.

 

: that is that there is no tenderness.
: that is to be alone and to enter a dream.

 

Button wanted to dream and be alone and think he was alone.
Button wanted to be brave.

 

«Let me, I began, let me walk my hands,
so that this child, any and ever,
grows again. And like himself. «

Botón

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Botón

¿Eres Botón para quién?, pensaba Botón.

 

clavo es un dedo
clavo es un dedo
clavo es un dedo
clavo es un lobo

 

a
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Imagina, cierra los ojos, imagina un ruido.
(imagina)
Imagina un cuarto y una puerta.
(imagina)
Imagina un ruido enorme golpeando la puerta.
(imagina)
Imagina que nadie esté ahí para ayudarte.

 

: eso es que no haya ternura.
: eso es estar solo y entrar en un sueño.

 

Botón quería soñar y estar solo y pensar que estaba solo.
Botón quería ser valiente.

 

«Permítanme, empezaba, permítanme pasear las manos,
para que este niño, cualquiera y siempre,
vuelva a crecer. Y se guste a sí mismo.»

Cuando no juega Mi Selección

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La historia hablará de un país que más allá de los signos visibles de su independencia nunca pudo reconocer en sus ciudadanos la mayoría de edad. Nos hacemos mayores cuando nos alejamos del mundo de nuestros padres. Somos menores en la libertad que ganaron nuestros padres, en la que fuimos engendrados y que nos hizo nacer. Amor y odio están ello mezclados pero al final lo que cuenta es el trabajo sobre nosotros mismos*. Las expresiones que suelen usar para describir trabajo parecido se reducen a una sola: hacer alma. Lo que en muchos casos actúa como una cortina de humo porque el término alma es problemático, como problemático es el mercado que ha utilizado al alma para ganar dinero. Pero si lo que queremos es ser independientes como colombianos, o al menos yo sí lo quiero ser, debemos hacer uso del alma y de lo que implica el término alma siendo libres como mayores de edad.

Hacer alma se encuentra relacionado íntimamente con las preguntas que nos hacemos, con lo que pensamos todo el día.

Que seamos o no seamos libres, al final no es el caso, cuanto el proceso de preguntarse nuevamente qué significa vivir sin sujeciones hoy en día. U honrando una tradición arraigada en el espíritu humano: ¿qué significa ser rebelde? Lo importante aquí no es el uso de la razón, cuanto la creación de un mundo que permita y auspicie nuestra rebeldía. Tal proceso, que advierto se obstina a la lógica, se caracteriza por el movimiento de entrada y vuelta a la adolescencia: las paradojas debidamente puestas. Propio de la adolescencia es la búsqueda y el movimiento, el horizonte de sentido, y es como si por crecer se nos tuviese que olvidar el uso que hacíamos de las preguntas. No es crecer únicamente en una dirección; es expandir nuestra edad. Y cada edad se encuentra acompañada de preguntas, algunas de ellas son las que siempre nos hemos solido hacer.

¿Qué fue lo que como colombianos nos indicó el camino de nuestra minoría de edad?

Como menores los colombianos seguimos buscando una respuesta que nos permita reconocernos como habitantes de un territorio. ¿Qué clase de respuestas queremos los colombianos? Aquellas que nos diga que todo está bien, que seguimos siendo jóvenes en la esperanza de jamás llegar a ser responsables. Vivimos como si no hubiera mañana, y aunque el tiempo se divide en la realidad de los sucesivos presentes, es este en el que estamos el definitivo.

Menor de edad es el que vive como si no hubiera mañana: como el chofer del bus de servicio público que humea el ambiente sin pensar en el tiempo futuro en que deban vivir sus hijos y los hijos de sus hijos. Menor de edad es el que vive la nada entre dos mundos ubicando su tiempo en la potencia e intensidad del instante presente: no va a pasar nada. Es la actitud que tomamos cada vez que asumimos que haciendo lo que hacemos «no va a pasar nada». «Eso hágale que no va a pasar nada». Los límites de la legalidad terminan rompiéndose, lo legal se asume a la corriente que dice que no va a pasar nada. Pero sí, sí pasa, y aunque no pase nada, sí debería pasar. Ladrón, corrupto, asesino, violador lo es incluso cuando nadie lo ve.

Inevitable es el pasado, va frente a nosotros, y en nuestra corriente de no va a pasar nada, terminamos olvidando el error que cometimos, la falencia que en un nuevo ejercicio de la vida podría ser corregido. Errores que para el tejido humano son altamente costosos, incluso en el caso de que nunca los lleguemos a ver: la vida que dejamos apagar, la última palabra que pudimos escuchar. Así lo queremos, lo hemos querido, y cuando queremos, cuando esperamos una respuesta, lo común es mirar a otro no a nosotros mismos. ¿Para qué hacerlo?, ciertamente, así hemos nacido y nos han engendrado como menores, para ser obedientes, para hacer caso. Sin embargo, obedecer tampoco es que haya sido nuestra condición, al lado de la obediencia se encuentra la queja, el lamento, papá gobierno, papá estado, papá religión debe salvarnos de nosotros mismos, así como ser autoinmunes a la queja. El resultado es que se nos ha dejado de escuchar, u olvidamos el viejo arte de hacernos escuchar. De ahí la casi esterilidad de las marchas, de las protestas, de las imágenes, es más, como en un mandato bíblico propia de nuestra identidad, vemos la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio.

Nada nos salva de nosotros mismos, ni nos debería salvar, porque quien lo ha querido hacer lo hemos terminado matando, eliminando, odiando, o puesto como negocio. Además, quien se haga cargo de nosotros debe asegurarnos no ser menor de edad en el sentido que ha quedado expuesto. Y no, no es el caso.

Propongo otra manera de vivir, y de extender la edad, al menos hasta el momento en que seamos mayores: el futuro está abierto y nos pertenece. Frente a la minoría de edad que pretende vivir como si no hubiera mañana, propongo una edad para quien el porvenir le es suyo. Y como porvenir inscribe el mal sufrido en el pasado en la memoria colectiva, sólo para que exista la posibilidad de un nuevo porvenir. O como dicen las abuelas y madres: para no tropezar dos veces con la misma piedra.

Esta manera de entender la edad, extendiéndola, permitiría la revisión de lo vivido, la experimentación, incluso, de lo que necesita ser vivido. Así como hay personas con sed, no son todas las personas posibles: hay otras que se ahogan. Y hay incluso otras que en la abundancia no saben que hay personas con sed**.

Ejemplo: la firma de un acuerdo no es otra cosa que un presupuesto para lograr algo, no el resultado mismo. El primer menor de edad esperaría que hubiese un cambio inmediato en su realidad inmediata. Y si no llegase a suceder así seguiría viviendo con la total convicción de que no va a pasar nada. ¿Para qué haberse incomodado? Este menor de edad es el que nos ha explicado como colombianos.

La segunda manera de entender la minoría de edad sabe que una vez firmado el acuerdo de paz, por ejemplo, se debe llegar a la implementación de lo acordado, que no es otra cosa que la revisión de las causas que llevaron al nacimiento del conflicto armado. Causas que, por cierto, perviven. Ello permitiría, entre otras cosas, la revisión, dentro de nuestra mentalidad, del hecho de equiparar la lucha social y por los derechos humanos con enemigos militares***.

Deberíamos permitir la edad que quiere volver a vivir, la que quiere un futuro abierto, dejarla decidir si realmente necesitamos preocuparnos por la seguridad nacional, o más bien debemos aprender a ser los mejores amigos de nosotros mismos. A disfrutar de nuestra compañía. Si debemos permitirnos tener las mejores ideas justamente porque se nos ha perdido la cabeza que las pensaba por nosotros. Si debemos dejar de ajustarnos a las reglas, ideas, prejuicios y opiniones que alimentan nuestra comodidad, y debemos empezar a jugar, a crear, a equivocarnos. Si deberemos tener la audacia, al menos en la imaginación, de permitir un tiempo no parecido al ya vivido. Si el porvenir ha de ser nuestro, necesitamos incomodarnos. Producir desde lo nuevo para que el pasado no se haga con nuestro presente. Hacer alma.

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*Qué sea padre y qué sea hijo es un proceso propio de la mayoría de edad.

**Es este un tema que necesita ser estudiado: ¿qué significa la experimentación de lo que necesita ser vivido?

***Entiendo que tal mentalidad nace en la segunda posguerra mundial y se llama seguridad nacional.

Las historias son un pretexto

Lo interesante del ejercicio consiste en sostenerlo a lo largo de un período de tiempo. Llegar a la rutina llamada rutina de ejercicio. Al ser rutinario, persiguiendo una y otra vez el sostenimiento de una rutina, me ubico por fuera de la rutina que se hace aburrimiento, que se enfrasca en horarios. Y entonces me veo generando un espacio que me saca del tiempo, un camino distinto al conteo de horas y de minutos, de las gotas que vacían cualquier punto de referencia que quiera dejar para asegurarme que no estoy desperdiciando mi propio tiempo.

Queda el ejercicio, la doctrina de las repeticiones. Tiempo y continuidad. Entonces digámoslo: cuando escribo, o llevo un diario, busco un albergue en la escritura.

(Lo otro que llamo escritura, lo otro que llevo llamando escritura sin saber hacia qué, sin saber cómo. Lo otro que no es mero ejercicio sino quizás algo que por momentos tiene la chispa del abandono de la rutina llamada ejercicio. Eso otro de lo que, quizás, depende el ejercicio.)

Curioso que sea el ejercicio sostenido lo que lleve a la mano que escribe a estar por fuera del tiempo. Porque algo has hecho, porque has añadido un nuevo paso. Porque la rutina sostenida me sostiene. Me crea un mundo. Porque se sale del mundo porque entrega continuidad. Porque haciéndose continuo me comunica con algo, incluso en el caso de que sea yo ese algo. Por sostener un hábito, por hacerse de una rutina. Por escribir diariamente, por llegar a una meta y a un objetivo, que suspenden en cada movimiento rutinario su línea de llegada para empezar de nuevo. Es en ese círculo en donde comienzo a salvarme, donde comienzo a entender, donde la comprensión llega de la mano de algo que al principio hace huir por aburrimiento, por pereza o falta de concentración.

Esta mano que escribe sale del tiempo para hacerse con los tiempos. No me queda claro, se me oscurece el motivo de la mano escribiendo, o ya tecleando, ¿escribe desde el mundo?, ¿escribe para salir del mundo y quedarse en un momento de plena escritura? Escribo para seguir escribiendo, escribo para salir y volver al mundo. La escritura es mi puerta de regreso. La mano se mueve como un temblor, se mueve como cielo que cambia en la palma de la mano: dice ella dolores del corazón, dice ella alegrías bien rojas son. Sabe la mano que la escritura es camino de ida y de retorno. Sabe la mano que el cansancio acumulado entre palabras de escritura es su propio camino de extravío: un descanso gigante que conduce al retorno.

Escribo porque me resisto a vivir por entero en el mundo: vuelvo a él porque me resisto a ocultarme en los pretextos que crecen como historias. Vuelvo al mundo para salir de él. Mi búsqueda de resistencias es un pretexto para conservarme en movimiento. Y por eso escribo para sostener esta frase ya recurrente: me parece bien que haya que buscar.

Las historias son un pretexto entre búsquedas.

afuera está el miedo

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Y me pregunto en qué momento termina un texto de ser corregido. Me pregunto en qué momento voy a terminar lo que alguna vez he escrito. Lo fácil es seguir haciéndolo hasta que se piense que está listo: lo cierto es que un texto jamás termina de ser corregido. Un texto se abandona. Se abandona a su suerte. Se deja sin más. Y entonces por más de que lo sepa sigo y sigo y sigo y sigo corrigiendo y editando lo que he escrito. Sigo con el sentimiento de no poder dejar atrás mis textos. De abandonarlos a su suerte. ¿Puedo ser padre para mis textos si no les dejo la puerta abierta? ¿O es que se necesita ser un padre de cada texto que escribo? Ya no lo creo. Pero entonces en qué momento, me repito, debo dejar a un texto irse. En el momento en que se me ha vuelto empalagoso su cuidado. Que se me ha vuelto pesada y casi inútil la rutina de poner una coma para enseguida quitarla. (Y volverla a poner en una ulterior revisión.)

afuera

Recuerdo que no estuve solo. Recordaré que no he estado solo. Salvo, miento: hablo, hablo. Como acontece a toda palabra. Como lo es para toda palabra capaz de comenzar.

Hablo, yo hablo. Veo en duda con pensamiento. Pensar que abre la boca para recordarse: recuerdo bajo un cielo que llamo cielo. Pongo en duda, y me es sueño la calma recomenzada. Y me es sueño, yo sueño, la morosidad de mi deseo. Hablo, hablaré.  Quietud masiva. Un tiempo, tiempo guarda todavía, empieza a cavar su ruido. Como un túnel hacia mí: como un naufragio que pone a prueba lo recibido.

Recordaré que no he estado solo. Estrecho el afuera, estrecho mío, calma mía envolvente: punto mío para envolver. Mirar para suprimir las causas, mirar para este cuerpo no cerrado. Interior, no me acostumbro. Interior sin costumbre: prenda y censura que ha dejado de tener un vigor tranquilo.

Afuera mío, afuera dejado: afuera no conocido. Tal vez hoy sea tu primer día público. Estrecho es afuera, y la nada ha pulido sus flancos. Ya está todo hecho, ya estuvo todo hecho, ya se ha hecho todo, no queda para ser creado. ¿A qué viene todo esto? Estrecho también el tiempo, hoy es tu cumpleaños. Estrecha la medida que no tiene la gracia de equivocarse. Recuerdo, he sido recordado. Ahora me recuerdan: ¿quién?, ¿qué?

Narrador no injuries.

Ahora recuerdo, recuerdo que algo por decir queda. Escucha mi mensaje: cansado de los poemas, cansado de los libros, cansado de las ciudades, de los perros y sus collares, cansado de los hombres, cansado de la humanidad, cansado de las palabras que se repiten, de los poetas sin poesía, de los libros y sus deposiciones. Muerte, deseo la muerte, deseo la muerte de todos. Pero deseo la muerte cuando todo es magnífico, sin que uno solo diga, pida la palabra, cuente la palabra, tase la palabra. Que ese uno solo diga: me pasa lo que me pasa, cuento lo que diré, diré lo que nunca ha sido contado. Que ese uno solo diga, ¡salvo para mí!

Botón

Los versos más tristes, los versos más rencorosos, sobre nuestras mesas los versos, los versos y su amargor, los versos y su queja, pero los versos expuestos en antros, los versos sin pasado, sin cadena.

Ya no oculto, puntúo mis tumbas, mis tumbas cuando lo quiera, con la existencia de un lenguaje que me sea fiel, con la sustancia de una labiada que consuma sus fuegos, sus ramas, sus techos parpadeantes de soles. Y con la vieja reserva, templo de la nada. Con el reservante patio de fiestas, ¡cambio del alma! Versos, versos para la nada, versos en los que no se dice nada.

¿Qué hubo constante que no llegué a comprender? ¿Qué agua niña, límite de mí mismo, que no hice serenar sobre mi teja? ¿Y qué tesoro sin moneda sembró entre los hombres, lo que de ahora en adelante, soberano, sereno desdén, pronto cae en deslíe? Edificios sin adoquines. Templos y palomas que ocupan las calles: sacrificios, mil destellos que ocupan lo que interrumpe. Un suspiro, afuera un suspiro. Afuera, propiamente dicho. Como cuando en las orillas del mundo veo, frágil veo, lo que el reiterar de la luz, sombra luz sombra sombra sombra luz luz, ofrece a mi abandono. Pulular y brillo de angustia: angustia que reposa en mi silencio de afuera.

Abro la boca. Temo, tiemblo: entre bocas temblando tiemblo. Temiendo, tiemblo, temblando. Tiempo: no una palabra sobre la altura, no una palabra, sino una palabra distinta, ya acostumbrada a lo que pueda callarse en las mudanzas. Yo mismo, para mí mismo, cambiado y expuesto, en mí mismo, sostenido. Y acto seguido la muerte, el sacrificio: no miro nada. Permanezco ciego. Miré con ojos de ella: más de cien ojos en el vacío. Ojos entre el vacío y la plenitud del vacío. Me hice ella. Más allá del sueño, y en noche. He preparado una visión de mí mismo. No era nada, me he preparado: para cuando muera y no me vea. ¿Quién me asustó tanto? Mitad cotidiano, mitad en anonimato. (Tiemblo, tiemblo, tiemblo, tiemblo, tiemblo, tiemblo: temo.) Aquello está entre ambos: entre lo que soy y ese otro mí.

Estrecho el afuera, visible lo invisible, exento de patria. Lenguaje sobre el afuera, lenguaje de nadie. De todo fuera. Fin y postura de fin: cada riguroso insecto, cada quilla de un rayo de sol. Me vestí a son de arena, luz de arena, cruda arena incesante. O me desvestí, mitad arena sumida, mitad recuerdo: hundiéndome en mi recuerdo. La arena: tomo y tomé un baño. Mitad cuerpo taciturno. Tomé y tomo, fuentes del poema, mitad hombre de manos desnudas, mitad corazón, todavía, como la huella justa a mi alcance. ¿De qué huella? ¿De qué espacio? ¿Y tierra, y lenguaje, y murmullo ahuellado? Hay punto, el misterio exhibe sus pisos.

¿Y quién fue el monstruo que dijo que el poema sólo habla de la muerte? Muero porque quiero vivir.

Deseo de ser nube

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Hay un niño en esta historia: y soy yo. Para llegar a esta conclusión la historia debe inventar primero un pretexto: el de una búsqueda. Y ello porque hoy los pretextos crecen como hierba entre dedos descalzos.

Empiezo. Quedan, pues, advertidos.

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Alguna vez fui niño. Fui más joven de lo que soy ahora. (No, no es así, me confundo: ha de ser la edad cuando queda sólo la edad para razonar. Debería decir que cierta vez fui niño. Debería decir Era niño.)

Escribo que fui niño en el momento en que leo lo que acabo de escribir. Escribo buscando un pretexto para seguir buscando. (Enredado, eso espero. Enredado como ha quedado la hierba entre mis dedos.)

No es solamente ser niño por decir soy niño. No es precisamente el hecho de ser joven lo que me hacer niño. Es el hecho de poder encontrarme con el niño que fui, que soy, cada vez que recuerdo que no es de niños actuar como niños: que lo más común es ver a los adultos actuando como niños.

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Alguna vez seré adulto. Seré más viejo de lo que soy ahora. Creeré saber algo: lo real es que la edad que tenga será mi argumento.  Creeré que ser adulto es el paso que necesitaba para ser y conseguir lo que he querido siempre. Puede que sea así: pero es como si en la niñez hubiera sabido mejor lo que quería ser y lo que quería conseguir. Y entonces es como si ninguno de los puntos pudiera encajar. Lo que quiero ser puedo conseguirlo quizás  en un punto en que al parecer he olvidado lo que quería ser.

Así que algunas veces me doy el gusto de no saber hacia qué voy y para qué. Todo eso que solía llamar juego.

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No es que crezca y me convierta en adulto por el resto de mi vida. Soy todo a la vez: niño y adulto, hombre y mujer. Mi brazo izquierdo y todo aquello que lo ha formado. No puedo dejar de ser niño, a menos de que deje de ser lo que me ha formado. ¿Qué sería jugar a ser tierra? ¿Qué sería jugar a ser lo que uno es y ha sido: mujer, agua, luz, madre, padre, estrellas? Puede decirse de otra manera: alguna vez volveré  a vivir como si fuese la primera vez.

Bamos Vien

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Escribir: ¿qué es escribir? ¿Quién puede escribir? Quién puede que dependa de un qué. Así que me permito decir que  todos.

Escribe quien quiera escribir.

Todos y todas escribimos.

Pueda que no se escriba porque insistentemente se dice lo que es escribir, sobre cómo se debe escribir. Olvidando o dejando de lado el deseo que me hace escribir.

Quiero escribir. Necesito escribir.

Pero puede que mi deseo, puede que mi necesidad necesite ayuda para superar lo que se supone todo el mundo es escribir: correctamente.

Voy a suponer que la escritura escribe lo que dice la vida escribir.

Lo que dice la vida de quien vive quiere escribir.

Entonces me pregunto: ¿hay acaso una sola manera de escribir? ¿Hay acaso una sola manera correcta de vivir? ¿No existen acaso varias vidas metidas en ocasiones en una sola persona?

Varias escrituras para varias vidas.

P1020811

Personalmente ofrezco en mis clases, aunque para ello debería suponer que soy profesor olvidando tal vez que sigo siendo alumno, cientos de maneras de escribir para que sean ellos y ellas los que decidan cómo escribir: luego sí se habla de maneras correctas de escribir.

Primero el deseo o bien la necesidad: luego sí lo que se supone siempre ha estado al principio.

De allí el título del periódico.

Puede que lo primero siempre haya quedado a lo último, puede que necesitemos hablar de lo que necesitamos y luego sí lo que los demás dicen que necesitamos y queremos.

Primero la vida, nuestras vidas: luego sí las reglas.

Primero el deseo, la necesidad, la vida que digo mía por estar viviendo.

En este periódico se ha intentado introducir una diversidad de medios de expresión que permita a los lectores y lectoras explorar lo que sea aquello de la libertad, de la individualidad, de la comunidad y la convivencia, de la alegría, de la creatividad y no simplemente de la palabra como palabra seguida de puntos, comas y tildes.

No desde lo que pienso debe ser el mundo: desde lo que es el mundo por vivirlo.

Para que luego, en un intento, ir ganando poco a poco ese espacio que para y en los demás afirmo como mis pensamientos.